Solamente había un camino para recorrer y por el pasaba traspasar la puerta; esas rejas.
En algunas ocasiones estaban abiertas de par en par; pero la gran mayoría se encontraban cerradas con candados invisibles y yo no poseía las llaves adecuadas para abrirlos.
Esperaba junto a las puertas, eran como las de un jardín. Hechas con barrotes de hierro y solamente cuando las tocabas para ver si se abrían podías notar que mutación harían ese día. Si pasaría al jardín o la frialdad de aquel hierro me lo impediría.
Últimamente solían estar frías. Y me iba.
Ese día me quedaría hasta que pudiera abrirlas.
Las toqué; frías y llenas de escarcha. Inmediatamente se me pegaron las manos a ellas, el frío entraba hasta que todo mi cuerpo se engarrotaba, me dolían los huesos, se me congelaban los ojos; esa era la única razón que encontraba para qué mis ojos no lloraran. Empezaban a salir rosales, sin rosas… tan solo sus tallos llenos de espinas que envolvían mis manos conforme crecían a la velocidad de la luz. Las hojas en el suelo pasaban de sus colores primaverales y cálidos, al negro azabache con sus nervios tintados de un azul añil. El suelo se convertía en una fina capa de hielo quebradizo a través del cual podías ver criaturas amorfas y oscuras que se acercaban a mí sin prisas, porque tenían toda la eternidad para esperar a que cayera en su submundo. La fina capa que me separaba de ellas cada vez tenía dibujada más telas de araña por dónde romperse debido a las veces que fui a llamar.
El sol en lo alto, a mediodía, con todo el calor de un día de primavera; calor que yo no sentía. El dolor en mis manos y mis brazos de aquellas espinas que entraban dentro d mi cuerpo y crecían hasta atravesarlo, la sangre cayendo por esas pequeñas grietas de la tela de araña y alimentando a aquellas alimañas, mi cuerpo envolviéndose de escarcha: mis ojos, mi frente, mis labios… mi pelo ya transparente como el agua. La noche, como pinceladas bastas de un color negro intenso, aparecían de la nada y tapaban el sol, el día… y allí apareció solo el aura que rodea al sol cuando esta en eclipse.
Caí de rodillas, mi sangre roja tiñendo todo a mí alrededor y las espinas convirtiéndola en petróleo. En mi corazón estaba entrando aquella materia, su gusto apropiándose de todas mis papilas gustativas. Mi piel se convertía en escarcha transparente, mis huesos en hielo y a través de ellos mi sangre negra… Note como entraba en mis ojos, poco a poco deje de ver…
Tan solo sentía frío, agarrada a aquellos barrotes de esa puerta de jardín porque eran lo único que me salvaba de caer… oscuridad…
De repente volví a ver sombras, borrosas cómo si un cuadro de acuarela mal pintado estuviera mostrándome algo abstracto. Fueron tomando formas… los únicos colores que podía ver eran los pertenecientes a la gama de los fríos…. Todo se movía… mire bajo de mí y ya nadie parecía estar esperándome. Las ramas de los rosales se desclavaron de mí, ya hicieron su trabajo. Ya no sentía frío, yo era hielo y escarcha. Mi sangre naturaleza muerta en descomposición. Aquello era la muerte.
Algo me quemaba a mis espaldas, volvía a salir el sol. Me quemaba y me ardía… Solamente me quedaba una salida. Con mis manos golpee una y otra vez aquel suelo fino. Una y otra vez… hasta que cedió. Hasta que caí.
La capa de hielo se volvió a cerrar tras de mi, para protegerme de los rayos del sol, aquellas alimañazas se acercaron como quien va a saludar a un semejante. Pero aún así me rechazaron… Tenia algo diferente a ellas… baje cada vez más a las profundidades. Cuando más bajaba más presente era aquella diferencia.
Como un ser abisal, era luminiscente en aquella oscuridad casi absoluta.
Los seres del submundo, de aquel infierno helado se acercaban a mí. Para ellos era luz.
Aquello que les faltaba...