domingo, 9 de octubre de 2011

El beso que Eolo te robó.




Y allí… frente a ti, te lancé un beso con mi mirada que Eolo, enfurecido, te robó.

Tres pasos; el amor, el deseo y tu calor…

Dos abismos; la duda y una maleta.

 Un infierno: mi cuerpo ardiendo en llamas deseando  que la humedad de tus labios lo refrescara.

Mi corazón latía apresuradamente pero todo a mí alrededor parecía inmóvil.

 La lluvia se tornó gotas de petróleo en cuyo interior residía un minúsculo brillante cayendo y explotando contra el suelo y mi cuerpo. Zeus, dios del cielo, me manchaba con sus lágrimas mientras Afrodita me regalaba su esperanza. Todo estaba tremendamente negro y brillante a la vez.

El cielo rugía y se estremecía desasosegado. Los rayos correteaban sobre las nubes aportando algo de luz intentando despertarme de esos instantes sin fin.

Tus ojos negros sobre blanco nácar se apartaron de los míos.

Solamente tres pasos… avanza… 

Ven y bésame. 

Retrocediste…

El rayo de la desesperanza me partió por la mitad. Eolo impidió que cayera al suelo sujetándome con sus transparentes brazos.

Me giré… una terrible sombra entró en mi interior condenándome al eterno vacío.

Todo se oscureció salvo una farola que a media luz me conducía a la más absoluta soledad: mi vida sin ti.

Los brillantes se convirtieron en escarcha y ésta se derritió, dejándolo todo oscuro y pegajoso.

A mi alrededor naturaleza muerta, inclusive yo.

Todo por un beso que Eolo, dios del viento, te robó.