martes, 15 de enero de 2013

Pequeños grandes legados.




         En un sábado cualquiera, de cualquier fin de semana, no importa ni estación ni temporada. Viajo, salvo algún impedimento, a casa de mis padres para comer todos juntos.

Allí nos reunimos, sin que pase el tiempo. Los mismos platos, cubiertos, la misma “picaeta” para empezar a abrir el apetito, la amenizamos con cerveza o una copita de Oporto. El vino para comer suele ir cambiando, depende de si nos han regalado alguno y si no es el caso, mi tío, trae “El Coto”.

Ahora ponemos una mesa más grande pues la familia va creciendo.

Desde hará unos 8 años, todos los sábados.

Exponemos problemas, todos hablan dando su opinión. Nos preguntamos unos a otros que tal la semana. Y todo es importante, nada queda en el vacío. Todos hablan, todos escuchan… y de vez en cuando, por algún motivo, tal vez el peso de los recuerdos o que es simplemente el segundo adecuado, se comparten secretos. No como un cuento, sino más bien como un legado.

Mi padre cuando era joven, era un ser libre. Jamás vivió bajo las normas establecidas ni acatando órdenes. Se crio en las calles. Mi abuelo un marinero con los brazos llenos de tatuajes, entre ellos una sirena, de anchas caderas pues el brazo de mi abuelo era un señor brazo. Hombre grande y con carácter pero no supo querer ni a mi padre ni a mi abuela. Ella siempre estaba trabajando para traer el pan a casa pues su marido no le daba ni los buenos días. Por eso mi padre, se educó en las calles.

Su educación fue ser el líder del grupo. Tomar prestadas algunas cosas y adaptarse al medio.

Allá cuando el frio deja paso a una buena temperatura, detrás del barrio marginal dónde vivía, pasaba el rio del pueblo. Me contaba con tanta ilusión las tardes con sus dos amigos, dos gemelos. Sin quedar pero quedando, los tres acudían allí. Hablaban de cosas de críos con sus zapatos rotos y sucios. Paseaban por los campos de alrededor para recoger fruta de la temporada.

A mi padre le brillaban los ojos cuando nos lo contaba. Siempre corriendo entre campos, siempre libre. Si le hacia falta comer simplemente cogía lo que necesitaba. De vez en cuando mi abuela recibía visitas para explicarle que tipo de hijo tenia y que normalmente, su hijo les había robado: pan, dulces… Le reñía pero apenas tenia tiempo para cenar con él y luego irse a la cama desecha.

Corrían por los campos en busca de nidos. Estaban siempre alerta por si veían que alguien necesitaba ayuda, se ofrecían a cambio de un poco de dinero. Solían gastarlo en cañas de azucar. Pero todas las tardes, los tres amigos, terminaban su periplo en el rio de atrás del barrio marginal… dónde vivía.

Se quitaban la ropa para no mojarla y eran los críos más felices del mundo. Nadaban y mi padre controlaba siempre la corriente. Me comentaba que en el centro del río se formaba como un remolino, los tres competían a ver quien se acercaba más. Como iban juntos si alguna vez sin querer alguno se metía, los otros dos entraban para ayudarlo.

Había pequeños piques entre ellos, niños jugando a hacerse los valientes tirándose desde el puente, con los años y con la practica, todo estaba controlado.

Una tarde a punto de irse, mi abuela, ese día en casa, lo cogió por las orejas. Le dijo que ya estaba bien de visitas en casa, ese día no marchaba a robar a ningún lado. Lo castigó sin salir. Él por respeto se quedó. Si hubiese querido salir corriendo mi abuela no lo hubiese cogido. Me recalcaba que él corría mucho y muy muy veloz. Delgado y con piernas atléticas de tanto ir por los campos. Allí quedó esa tarde.

Al día siguiente, como siempre acudió a su cita para bañarse en el rio. Esperó a sus dos amigos durante horas. Cuantos pasaban por allí lo miraban. Anocheció.

Un hombre se le acercó, preguntándole que hacía allí tan solo.

-          Estoy esperando a mis amigos.

-          ¿Quiénes son tus amigos?

-          Los dos gemelos.

-          Niño… Ayer por la tarde, aquí mismo dónde estás, vinieron los dos a nadar. El más delgado entró dentro de la corriente, el río estaba bravo ayer. El hermano intentó sacarlo pero no pudo con el peso siendo tan crio y a punto estuvo de hacer compañía a su hermano. Unos hombres oyeron los gritos y lo rescataron. El otro niño hace unas horas lo enterraron.

Mi padre comentó:

-          Jamás se lo dije a nadie, ni a tu madre. Si esa tarde hubiese ido, lo habría sacado.

-          O hubieses sido tú. Y hoy no estaríamos aquí. Ni hoy ni nunca...

Le respondí.
Siguió diciendo:

-          No volvimos a ir nunca más al río. Y empezamos a jugar a subirnos a los postes de la luz, a ver quien subía más alto...– continuó contándonos.

Y esa es otra historia, con un final igual.
 
Parecido no, igual.

                El que mi padre, mi hermano, mi hija y yo estemos en este mundo es suerte. La suerte que creó mi abuela al castigarlo dos tardes.

miércoles, 2 de enero de 2013



UNA COPA DE VINO, MUY FRIO POR FAVOR.


Tus ojos. Y el reloj de mi corazón empieza a acelerarse. Incrédula me acerco. La alegría y el miedo se apoderan de mí. Eres tú. Más viejo, más alto, más cansado… Has vivido más años que la última vez.

Me has visto. Lo se. Esperas a una presentación de protocolo. Recuerdo tus caricias mientras un conocido hace el buen papel de anfitrión. Sonreís y yo sonrío.

-          Un placer

-          Igualmente

Me miras preguntándote a ti mismo quien soy. De qué me conoces. Me excuso, me sigues.

-          ¿Nos conocemos verdad? Tu cara me suena familiar.

Te sonrío mientras pienso “Si, yo te maté”. Es evidente, no es una buena respuesta.

Empezamos una conversación cualquiera, en medio del mundo. Poco a poco el mundo deja de existir y unas sillas junto con dos copas son el centro de nuestra existencia. Tú y yo… 235 años después.  Tu con el don del olvido y yo con la maldición del recuerdo. Parece que no haya pasado el tiempo, tu alma me reconoce aunque no tu mente.

Te clavé aquel cuchillo mientras dormías. No te procuré dolor alguno mi vida. Cuando amas como yo a ti, el sentimiento se convierte en dependencia.  No podía vivir así. Debía ser libre.

Mi mano izquierda no sujetó la derecha de asesina que hay en mí. Fue tan rápido que ni me di cuenta. Dormías tan plácidamente después de hacerte el amor…

Hubo instantes en que me arrepentí. Pero la mayoría del tiempo construí sueños en los que ambos vivíamos una vida feliz. No hay nada mejor que los sueños para hacer la propia voluntad.

Llevas ya unas cuantas copas, sigues siendo el mismo y yo voy cayendo a tus pies.

Te he echado tanto de menos todo este tiempo. Viviendo y muriendo, tres vidas con sus dos muertes sin conocer amor alguno. Recordándote  y sin olvidar la asesina que fui, buscando perdón en cada religión que aprendí.

-          Llevo el coche, está cerca. (Has bebido demasiado para conducir)

-          No, no. Te llevo con el mío. (Tras una pequeña conversación rutinaria de convencimiento aceptas)

Nos subimos y quedamos para el día siguiente. Una cita. Por la noche… Te dejo en una esquina por petición pero te sigo.

Se enciende la luz del portal al mismo tiempo la de una ventana. Veo la sombra de una mujer, luego aparece la tuya. Discutís. Ella llora y tú la besas, en sus labios.

Las copas y el vino abren los cerrojos de los secretos. Muchas amantes dijiste fanfarroneando y una pobre mujer por esposa, que omitiste. Me recuerda que hace muchos años también fui tu esposa. ¿Quién se fiaría de alguien como tú? ¿Quién quería ser tu quinto, sexto o séptimo plato?

Con tu seguro vales más muerto que vivo para tu mujer.

Una asesina despierta.  ¿O quizás despertó en la 3 copa que te ofreció? Tu sombra cae al suelo.

Perdona mi amor pero lamentablemente mañana no acudirás a la cita. Tomaré una copa de vino, muy frío, por supuesto a tu salud.
Amparo García (MIZU)
Posible relato para la valenciadarkwek
 

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Arena





Arena
 
Labios trémulos y agrietados,
los humedezco suavemente.
 Se adhieren a ellos, cual imán,
miles de granos de arena.
Garganta reseca que reclama
líquido con gritos enmudecidos.
Ojos sin visión y desprotegidos
en medio de la tormenta seca.
Piel quemada por el sol de la soledad
Si sangre, piel y arena son uno…
¿Cómo sentir a los demás?